Skip to main content
 

Puerto Rico: Reincidentes de lucha

By Yvonne Denis Rosario
Yvonne Denis Rosario, es escritora, docente en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y es recipiente activa del “College Educators Research Fellowship” otorgado por la Universidad de North Carolina.

Reincidentes de lucha

Foto sugerida y tomada por la autora

Reincidentes ante tanto sin dejar de luchar. Así hemos sido por los pasados años los que vivimos en Puerto Rico con una historia de desastres. Huracán, temblor y pandemia. En un tiempo corto de intensidades y menosprecios.

Bajo un sol candente que nos despierta cada mañana el COVID-19 nos ha encerrado. Acuartelados estamos desde muy temprano del comienzo de esta pandemia. Cuando en toda América Latina y en los países más ricos del mundo, ni se consideraba estar en cuarentena, nosotros con una disciplina irreconocible acatamos la Orden Ejecutiva. Altamente criticada desde diferentes flancos, y con razones justificables, pero aislarnos nos ha merecido estar en una posición holgada y peligrosa. La Isla del Desencanto para algunos, ha demostrado ser un Encanto en seguir estas nuevas reglas. Mientras éramos custodiados por nuestras propias paredes, en algunos casos todavía por toldos existentes por los huracanes y terremotos, pudieron controlarse los contagios.

Nos cerraron todo, una vez más. Porque el virus trajo irregularidades administrativas gubernamentales en el manejo de recursos, precisamente para los vulnerables. Nuevas historias de corrupción acechándonos. Y en medio de tales controversias nosotros tras las puertas, tras las rejas o en la calle bajo un puente convertido en hogar. Mientras tanto, en los foros de alto nivel, se discuten el retiro de los empleados de la Universidad de Puerto Rico, el nuevo código electoral y civil, para cuándo las primarias, el plebiscito y/o el día de las elecciones.

Por otros lados de la realidad, ha resultado evidente en Puerto Rico, que sí hay gentes con hambre. El hecho de encerrarnos, sacarnos abruptamente de nuestros lugares de trabajo nos llevó a muchos al encuentro o reencuentro de un refrigerador vacío. La pobre alimentación en los hogares de altos ingresos, porque no era prioridad una buena alimentación con el tren de vida que llevamos, demostró nuestras deficientes seguridades alimentarias. Ese cheque quincenal, mensual del trabajo realizado no era suficiente. Aunque se aprobó una condonación por tres meses para el pago de servicios públicos y privados esenciales, el gasto diario por alimentos ha sido mayor.

El COVID-19 y su llegada, aumentó la necesidad de alimentarnos con las tres comidas básicas del día. Entonces, aumentó el hambre escondida. Porque los estudiantes de las escuelas públicas y privadas no tenían qué comer, porque ya no asistían a sus aulas, donde alimentaban muchos el hambre del hogar. Y por alguna razón desconocida, el Estado mantenía los comedores escolares cerrados. Los padres que en muchos casos legaron al maestro el cuido de sus hijos, usurparon obligatoriamente al educador. La sustitución incluía alimentar a sus hijos, apoyarles en el proceso de aprendizaje, sostener la economía y la salud emocional de la familia.

Encerrados, muchos boricuas, esperaban también los dineros del desempleo, el apoyo federal al territorio de los Estados Unidos.

Este encierro nos confrontó con agencias gubernamentales que no estaban preparadas para dar servicio a distancia. Esa idea utópica del gobierno y la empresa privada a la vanguardia con la tecnología resultó una falsedad. No estábamos preparados, pero nos han capacitado a muchos, a contra reloj y a la fuerza al trabajo remoto. Las quejas no terminan en el ámbito de la educación obligatoria a distancia, de estudiantes, maestros, universitarios y profesores.

Entonces es que nos mostramos Isla, sin reconocer que en todo el mundo la educación a distancia es una realidad. Es, irónicamente una forma de conectarnos con otros. La resistencia ha sido de lo que tienen los recursos tecnológicos. Sin embargo, aquellos que anhelan terminar sus estudios, han sufrido de la falta de equipo, acceso a la internet, y se les exige sin ponderación y/o entendimiento de sus necesidades.

Somos extremistas, nuestros puntos cardinales nos alejan y nos acercan.

La pandemia nos ha unido desde el distanciamiento. Se ha disparado la solidaridad alimentaria. Nuestra cultura agrícola despuntó. Los agricultores y empresarios agrícolas han provocado con mayor ahínco el consumo de nuestros productos locales. La canasta básica boricua reapareció, llena de frutas, vegetales, carne y todo lo que producimos y que hemos despreciado por la chatarra de BK y el McD. Aumentar y fortalecer el sistema inmunológico para enfrentar el COVID-19 se convirtió en lo fundamental. Hemos tenido siempre los productos esenciales, y parece que lo olvidamos.

¿Cuándo fue la última vez que eso sucedió en Puerto Rico? Los más jóvenes no podrían recordarlo. Porque el huracán María destruyó nuestra agricultura. El COVID-19 la ha rescatado y levantado. Qué ironía.

Pero también ha rescatado en muchos la creatividad, las microempresas, reinventar en tiempo de ocio y desempleo. Diseños de mascarillas, servicio a domicilio, interacciones virtuales (en exceso) de conciertos, talleres, adiestramientos, apoyo médico, entre tantos. La tecnología que nos alejaba, ahora nos acerca con otros propósitos.

Sin embargo, algunas situaciones conocidas, se han convertido en pesadillas. Un incremento en el maltrato a las mujeres, crímenes de odio, abandono de ancianos y un cuadro mayor de necesidad de apoyo a la salud mental. Sí, vemos a uno cuantos puertorriqueños, los que no creen en el civismo y el respeto atentando impunemente contra el bienestar de los demás. Al que no respeta el distanciamiento y se resiste a usar la mascarilla. Una elevada cantidad de vagabundos sin techo, ahora más despreciados porque podrían ser portadores del virus. A los que no han sido empáticos y en su limitado espacio de poder, no son flexibles, no entienden a los que no tenían antes y no tienen ahora. Quedan, sí, de esos puertorriqueños. Forman otro tipo de pandemia que nos sigue acechando y en momentos como éste de ahora, salen orondos contagiados de violencia y frustración personal. ¿Qué mascarilla le pondremos?

Encerrados, pero agobiados de estarlo. Encerrados vivos. Nuestra Isla del Encanto, sí lo es, se encerró; y sus playas se convirtieron en nuestra muralla. Las arenas que extrañamos, las que seguirán siendo nuestras cuando salgamos finalmente del encierro. Ojalá conservemos lo que adquirimos en esta cuarentena, ojalá sigamos siendo humanos y valoremos lo que tuvimos que dejar, la libertad. Ojalá no provoquemos otro pico de la enfermedad.